Hace un rato he leído un artículo que me ha recordado tiempos pasados en los que pasar un domingo en el sofá o haciendo una excursión por la playa o la montaña me traía remordimientos, mala conciencia, culpabilidad… 

Por mi formación como violinista he tenido que estudiar muchísimos años durante muchísimas horas y  todos los días de la semana sin importar si era sábado, domingo, invierno, verano… mi única ocupación era «estudiar y estudiar». Había veces en las que decidía salir a tomar una cervecita con amigos y me sentía fatal. Me sobrevenía un sentimiento de culpabilidad, de mala persona, de «no estás haciendo lo que debes» que me atormentaba y me impedía disfrutar de lo que estaba haciendo. 

Más tarde, en mi etapa profesional, sobre todo como emprendedora, me ocurría lo mismo. En mi cabeza siempre había frases como «tienes que escribir», «tienes que grabar los vídeos», » no puedes ir a… porque tienes que hacer…», así un montón de frases que me impedían nuevamente disfrutar y tampoco podía hacer nada ya que me quedaba en casa y era incapaz de crear el espacio necesario para inspirarme y escribir o hacer lo que «tenía» que hacer.

No me daba cuenta del daño que esto estaba haciendo a todos los niveles en mi vida. Estaba metida en un círculo vicioso de obligaciones, de deberes, de exigencias auto impuestas. Siempre estaba con energía de empuje, de controlarlo todo, de «esto sale sí o sí» que coartaba mi creatividad, inspiración y no dejaba espacio para fluir y disfrutar con lo que hacía y me enfadaba a menudo conmigo misma y con lo que hacía.

Hasta que llegó un momento en el que me di cuenta de que mi vida estaba pasando sin mí, sin vivirla, sin disfrutarla, sin apreciarla. Yo siempre había dicho que <<yo trabajo para vivir>> y no, <<vivo para trabajar>>, y sin embargo era esto último lo que estaba haciendo. Me propuse cambiar esto y empecé a darme tiempos para «no hacer nada» y cuando me venían los típicos pensamientos de «estás perdiendo el tiempo»,» con la cantidad de cosas que tienes que hacer…» los apartaba de mi mente y me decía » es hora de descansar un poco» y seguía con mi paseo por el monte o por la playa intentando conectar conmigo y con la sensación de disfrute, de tranquilidad y oyendo a mis sensaciones descubrí que ellas mismas tenían su forma de decirme «ya puedes volver».

Conecté con mi ritmo, con el ritmo de la vida. Me dejé fluir y dejé de castigarme por querer pasar un domingo de campo y playa o de sofá en el que lo único que hay que hacer es dormitar plácidamente, leer sin prisas y sin porqués, pasear bajo la agradable sombra de los árboles…

Y ocurre el «milagro» de que al relajarte y dejar que todo fluya encuentras la inspiración para hacer las cosas a tu manera y empieza a salir todo como tú querías… Ahora vivo en la certeza de que lo que tenga que ser, será y lo único que hago es trabajar dando lo mejor de mí y disfrutando de todo y lo que me propongo siempre llega. Solo que hay que saber esperar…

Bueno…te cuento todo esto porque en esta vorágine social y económica en la que estamos metidos está muy bien visto esta energía de empuje, de súper control, de no dejar nada al azar… y esto está bien si sabes combinarlo con descansos, con momentos de relax que te conectan con la intuición y la inspiración.  Es en este equilibrio de energías, de fuerzas, en el que se encuentra el espacio para que las cosas surjan y los proyectos se materialicen. Si sólo hay energía de empuje, de «esto sale sí o sí» estás generando una energía de contracción en la que no hay espacio para los milagros. Los resultados que esperas nunca llegan porque te obsesionas y cambias de estrategia, de deseos, de proyectos… Sin embargo cuando te relajas y confías se produce una energía de expansión en la que todo es posible, dejas espacio para que el universo opere con sus leyes, a su ritmo, y se produce el milagro. Empiezan a llegar los resultados de una forma casi mágica.

Aprende a conectar con tu interior, con tu intuición. Te aseguro que la vida vivida así es mucho más fácil, divertida y placentera.